SEGUNDA ÉPOCA
Nº11 Enero - Febrero de 2010 

Editorial

Cuando hace una década dábamos la bienvenida a un nuevo siglo, eran muchas las expectativas e interrogantes que se nos planteaban en cuanto a lo que nos podría deparar el devenir del tercer milenio de nuestra Era.

Poco a poco, los años transcurridos han ido poniendo contrapuntos que nos hacen mantener vivas ciertas reflexiones que en aquellos instantes nos formulábamos por cuanto, a pesar de los innegables avances que se van produciendo en todos los órdenes sociales, acontecen también situaciones de profundas crisis que son motivo de preocupaciones que nos hacen considerar como, a pesar de que la humanidad ha alcanzado cotas científicas y tecnológicas inimaginables hace tan solo pocas centurias, existen elementos ligados a la condición humana que sigue manteniendo estructura cuya evolución no alcanza este ritmo de avances y hacen que nos planteemos qué es lo que puede hacer que el ser humano sea incapaz de progresar hacia cotas de mayor humanización y de encuentros, en lugar de tantos puntos de desencuentros y profundas divisiones, como las que podemos contemplar en este pequeño punto azul del Universo que es nuestro planeta Tierra.

Y en este orden de reflexiones que inevitablemente nos deberíamos ver abocados al inicio de una nueva década de este Siglo XXI, es necesario que fijemos nuestra atención en el ámbito de competencias que a los niveles de las necesidades de salud son el objetivo de nuestro quehacer profesional, humano y social, siendo conscientes de que, como señalaba Aldous Huxley: “Existe al menos un rincón del universo que con toda seguridad puedes mejorar, y eres tú mismo”

A pesar de todos los avances científicos y tecnológicos que a niveles planetarios se hayan podido producir, persisten elementos que permanecen invariables en la vida de las personas y, de manera significativa, los elementos ligados a los procesos salud-enfermedad de los seres humanos.

De esta forma, la salud sigue siendo un estado transitorio en la vida, ya que el hecho de la enfermedad es consustancial con nuestra propia consideración de seres vivos.

Y, con una recurrencia ancestral, cuando la enfermedad aparece en el horizonte de nuestra existencia, las instituciones sanitarias y los profesionales sanitarios, se constituyen como un referente necesario e imprescindible, para intentar lograr recuperar el estatus de la salud perdida.

Cada día más y cada día con más intensidad, los hospitales y centros de atención sanitaria, son lugares a los que los seres humanos acuden movidos por una necesidad vital ineludible, con una esperanza: la de ser bien atendidos, y con un anhelo: la curación.

Pero tendríamos que preguntarnos si en esta búsqueda de un encuentro entre ser humano enfermo y la institución sanitaria ¿acontecen los elementos básicos necesarios para dar respuestas satisfactorias a estas necesidades?.

No es precio ser muy avezados en el análisis para comprobar que es, cuando nos enfrentamos a la necesidad de tener que recurrir al sistema sanitario, cuando nos damos cuenta de sus problemas y de sus limitaciones. También de sus bondades y de sus grandezas.

La enfermedad nos hace entrar en una crisis. Crisis que nos crea inseguridad. Que nos atemoriza. Que nos angustia Que nos hace perder nuestra libertad, nuestras capacidades de decisión. Que nos hace romper con nuestro entorno social, personal, familiar y laboral, e ingresar en estructuras que no por más conocidas nos son menos ajenas.

Y es que el hospital es un lugar extraño, donde se sufre un fuerte proceso de despersonalización, donde no solamente se tiene la percepción de haber perdido la salud, sino también se puede percibir la pérdida de otras muchas cosas.

Y al enfermo le pedimos adaptación a este lugar, aunque cabría cuestionarse si es el enfermo el que tiene que adaptarse a este mundo extraño o si por el contrario debiese ser el hospital el que debiera hacer un esfuerzo por adaptarse al enfermo, a sus usuarios.

Debemos estar en una alerta permanente para no desviarnos excesivamente del verdadero sentir que debe impulsar nuestra condición de profesionales sanitarios: el encuentro sanador con el ser humano que sufre la enfermedad y su comprensión integral y totalizadora.

Es cierto y no puede negarse que las relaciones en el hospital son relaciones asimétricas, de una forma más o menos implícita, al enfermo se le asigna un rol pasivo, revestido, eso si de una cierta dosis de aparente autonomía en la toma de aquellas decisiones que pueden afectarles pero que, en la realidad esta libertad está condicionada por su situación de dependencia como consecuencia de su estado de salud, ¿podemos imaginar una libertad de decisión ante un consentimiento informado en el que está la tesitura de que si no se acepta se pueda paralizar o dificultar el proceso de diagnostico o atención sanitaria?, ¿Se le facilita a los usuarios para la adopción de estas decisiones, una información clara y comprensible?. ¿Se establece una adecuada comunicación terapéutica o, por el contrario, lo que realizamos no es otra cosa que facilitar simple información, lo que constituye solo una parte muy pequeña de este proceso?. ¿Buscamos facilitar relacionarnos con un compromiso de ayuda y acompañamiento al paciente en su realidad?…..

Todas y otras muchas interrogantes nos lleva a considerar que para una relación sanitaria adecuada el profesional tiene que desarrollar su humanidad, que es la cualidad que, en numerosos estudios, los pacientes dicen apreciar más del profesional sanitario, conjuntamente con una buena comunicación y que el profesional se interese por ellos.*

En la mayor parte de las ocasiones, el enfermo no reprocha la capacidad técnica y científica del personal de salud, sino sus carencias humanas.

Muchos profesionales son hábiles. Son, técnica y científicamente competentes. Pero son incapaces de acoger a la persona del enfermo. Son expertos profesionalmente reconocidos, hasta famosos, pero no son capaces de encontrarse con el paciente en una autentica relación terapéutica.

Solo cuando hayamos eliminado estas barreras seremos capaces de detectar que “estar con el enfermo” es más gratificante y más importante que “trabajar por el enfermo”.

Más, para “estar con el otro”, es preciso conocerle, escucharle, compartir sus problemas, sus esperanzas, sus dificultades, su historia y su humanidad.

Desde hace tiempo se viene propugnando la idea de que el único «centro del centro» es el enfermo, aunque, en ocasiones, los hechos demuestran que no siempre esto es así.

Pero ¿cómo se pierde la centralidad del enfermo?.

De profundizar en estos aspectos, tendremos ocasión en  nuestro próximo número, ya que ahora, al filo del inicio de la segunda  década del siglo XXI, solo nos queda  desear a todas aquellas personas y profesionales que nos honran con su atención y puedan compartir nuestros principios y valores, que este nuevo año sea una ocasión propicia para avanzar en justicia, solidaridad y paz..
Con esta hermosa utopía la SEEUE inicia la andadura de esta nueva década en la que seguiremos trabajando, desde estos principios y valores, por "hacer verdad el sueño, de cuidar con seguridad y calidad".

* Wensing M, Jung H, Mainz J, Olesen F, Grol R. A systematic review of the literature on patient priorities for general practice care. Part 1: description of the research domain. Soc Sci Med 1998; 47(10):1573-1588.

Mira J, Galdón M, García E, Velasco M, Lorenzo S, Vitaller J et al. ¿Qué hace que los pacientes estén satisfechos? Análisis de la opinión de pacientes y profesionales mediante la técnica Delphi. Rev Calidad Asistencial 1999; 14:165-177.

Little P, Everitt H, Williamson I, Warner G, Moore M, Gould C et al. Observational study of effect of patient centredness and positive approach on outcomes of general practice consultations. BMJ 2001; 323(7318):908-911.



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