Corren malos tiempos para ciertas cualidades del ser humano. Como si
en un saco roto cayeran, se están perdiendo, desaparecen o dejan de utilizarse
actitudes que hasta no hace mucho tiempo eran de uso habitual. Cada vez
menos podemos distinguirlas en nuestro comportamiento.
¿Qué ha sido de la cortesía, la educación, la permisividad, la tolerancia o
la amabilidad?
¿Dónde está nuestra buena fe, el respeto o la confianza en los demás?
Parece ser que nos es más fácil sustituirlas por otras que producen un
menor derroche energético para nosotros.
Se están apoderando de nuestro desarrollo el egoísmo, la
sinvergüencería, la “mala leche”, la “chulería barata”, la desconfianza, la
hipocresía o la falta de educación.
¿Hay alguien que ceda su puesto en la fila del supermercado a otra
persona que lo necesite?
“¡Una reclamación! ¡Le voy a poner una reclamación ahora mismo!”
“Yo no me voy a levantar ahora del asiento del bus con lo a gusto que
voy aquí sentado, para que se siente la abuelita. Que se levante otro…”
Y cuando vamos conduciendo,… ¡siempre somos los primeros! (sobre
todo para entrar en las rotondas).
… Todas estas formas y maneras que nos están representando allá
donde vamos.
Por supuesto, y como no podía ser de otra manera, esto es extrapolable
a nuestra profesión enfermera, tanto de un lado como del otro de la barrera. Y
me explico: las enfermeras deberíamos de ponernos el “traje de enfermera”
cuando comienza nuestro turno y dejar a un lado nuestras
apreciaciones personales o juicios sobre los receptores de nuestros cuidados. ¿Que culpa
tienen ellos de que vengamos con la “chimenea encendida” a trabajar? Hemos
de centrarnos exclusivamente en hacer lo que tenemos que hacer: CUIDAR.
Nada más. No creo que sea tan difícil.
Pero es que, por otro lado, las personas que demandan nuestra
atención, deberían hacer uso de esa empatía y educación, entre otras cosas,
que buscan en nosotros. “¿Con qué derecho viene usted a insultarme a mí, que
me estoy dedicando a hacer mi trabajo lo mejor que puedo?
Propongo TOLERAR. Ese debe ser nuestro lema. El de todos.
Estamos rodeados de situaciones trágicas, que atacan a menudo
nuestras vidas. Pero pocas veces somos conscientes de ello. Únicamente en
momentos puntuales nos sentimos invadidos de esa serie de actitudes citadas
más arriba como deseables, pero quizá solo ocurra como
consecuencia de una fragilidad sentida. Las utilizamos como arma de defensa, para protegernos y
tratar de evitar (que infelices somos…) acabar como nuestro prójimo.
Seamos más personas. Pensemos un poco en los demás. Démonos
cuenta y hagamos conciencia de lo que nos rodea. Y utilicemos esas actitudes
y cualidades de que disponemos para hacer la vida un poco más sencilla.
“Pase usted primero por favor…”
Salvador Caño Molina
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